martes, 29 de septiembre de 2015

SOCIEDAD MENDAVIESA EN EL SIGLO XVIII

Evolución de la población en la merindad de Estella y Mendavia



Fuegos
Almas
Año
1553
1646
1678
1726
1817
1786
1824
Estella
881
980
1037
1052
1173
4715
5723
Mendavia                      
175
111
102
173
325
1025
1573
Total   Merindad       
7245
6817
6896
7924
10402
43662
53350

En Navarra, con 83.400 habitantes hacia 1726 (+12,4% en medio siglo, desde 1678: 0,26% de crecimiento anual) se pasa a 108.400 hacia 1817 (+ 29,5% en noventa y un años: 0,32% anual).  A finales del XVIII y, sobre todo, durante la primera mitad del XIX, el crecimiento demográfico en Navarra se hizo mucho más intenso. Entre 1786 y 1824 fue de un 20,6% en 38 años (0,54% anual).
En la Merindad de Estella, salvada la suave crisis del siglo XVII, el crecimiento demográfico resulta ser muy moderado hasta principios del siglo XIX.  En 1700 se habrían alcanzado de nuevo los máximos de finales del siglo XVI; el crecimiento del XVIII, tomando el período 1678-1817, fue de sólo un 51%. Esta primera impresión de un territorio que pierde población, primero, y que, luego, crece suave y armoniosamente resulta falseada o, mejor dicho, incompleta si no se precisa que es resultado de un complejo equilibrio interno. Mientras que, por ejemplo, las Améscoas apenas consiguen mantener sus efectivos entre 1553 y 1817, Mendavia duplica su población en el mismo período de tiempo.
Sin embargo, el pequeño burgo de Estella y la villa rural de Mendavia son ejemplos de realidades diferenciables. En Estella de 1726 a 1817 el crecimiento anual (de fuegos) es apenas de 0,12%; mientras que en Mendavia alcanza el 0,69% interanual, más del doble del crecimiento global. En el tiempo entre-siglos de 1786 a 1824, en Estella el crecimiento ha sido cercano a la media global; pero en Mendavia alcanza cotas mucho más altas, con un 1,14% interanual.
Estella conoció un largo estancamiento o un crecimiento muy lento dando la imagen de un mundo urbano paralizado frente al crecimiento de lo puramente rural. Causas: en Mendavia (y otros pueblos ribereños) se roturaron nuevas tierras y se ampliaron y mejoraron sus regadíos. Parece que fueron los pueblos como Mendavia en los que predominaba el cultivo cerealista los que más duramente sufrieron la crisis de la primera mitad del XVII. Esta despoblación, con seguridad, fue más intensa en el sur, en las riberas, y más suave en el norte, en los somontanos. El clima algo más húmedo de los valles y villas septentrionales del somontano estellés y olitense siempre ha proporcionado rendimientos agrícolas más regulares, mientras que las villas del sur tienen cosechas relativamente seguras en el regadío y de muy inciertos resultados en el secano. Así mismo, las grandes villas del fondo de la depresión del Ebro estaban más expuestas a contagios epidémicos que las aldeas dispersas del somontano y, quizás también, parece que sufrieron más las cargas militares, tan importantes a mediados del XVII. Frente a los rigores del secano, los nuevos regadíos podían transformar radicalmente, y en muy poco tiempo, los modos de vida de aquellos pueblos que tenían la fortuna de contar con un agua abundante y de fácil aprovechamiento. Está comprobado que algunos crecimientos espectaculares se debieron a la puesta en cultivo y en regadío de nuevas tierras.
Existe un conjunto de 7 villas de la merindad de Estella, prácticamente contiguas, que crecieron de forma espectacular entre 1678 y 1726: de 1447 fuegos pasaron a tener 2.535 en algo menos de medio siglo (+ 75%: 1,5% interanual). Son Andosilla, Azagra, Cárcar, Lodosa, Mendavia, San Adrián y Sartaguda. Toda esta amplia franja había conocido en conjunto, en la primera mitad del siglo XVII, la crisis demográfica más fuerte de toda Navarra, con una pérdida del 27% de sus efectivos entre 1553 y 1646 (de 1.865 a 1.358 familias). El crecimiento se retrasó al último cuarto del siglo XVII (todavía 1.447 familias en 1678) y primero del XVIII. Y no se limitó a la rápida recuperación de los niveles de anteriores de población del siglo XVI, porque aparecen superados ampliamente ya en 1726: 2.535 familias. La expansión demográfica continuó, aunque muy frenada en su intensidad, entre 1726 y 1817: de 2.535 a 3.526 fuegos en 90 años (+ 39%, 0,43% anual).
El hundimiento demográfico de estas villas de las riberas de los ríos Ega, Arga, Aragón y Ebro (1600-1660) y su espectacular recuperación (1660-1730) debe relacionarse con lo que ocurre simultáneamente en los valles más septentrionales del Somontano estellés y olitense. En éstos, la población se habría mantenido a unos niveles anormalmente elevados entre 1600 y 1660, para luego sufrir un claro retroceso entre 1660 y 1730.  Buena parte de la fortuna económica, y de las calamidades, de las villas ribereñas estaba ligada al aprovechamiento del agua de los grandes ríos Ega, Arga, Aragón y Ebro. Antes de la conquista del secano para la agricultura, gracias a los avances técnicos de los siglos XIX y XX, lo principal del territorio cultivado se circunscribiría a las tierras llanas irrigables, que no siempre contaban con agua suficiente durante todos los meses y todos los años. Los cereales y el viñedo serían los principales cultivos en estos regadíos temporales o, como los definen las fuentes de la época, «de invierno».
Entre 1607 y 1817, las villas de la ribera estellesa aumentaron su terrazgo cultivado en un 48,7%, porcentaje inferior a la media de la merindad (57,8%) y muy por debajo de algunos valles del somontano, que lo duplicaron ampliamente, como los de Mañeru (+. 170%), la Solana (+ 126%) y Santesteban (+ 203%). Constreñidos, pues, a trabajar un territorio en el que el clima no permitía un crecimiento extensivo fácil, los labradores de las villas ribereñas no tendrían otra posibilidad que la de perfeccionar sus regadíos, ampliándolos e intensificándolos. Además de una importante extensión de la superficie cultivada, fue de gran trascendencia el desarrollo de una agricultura relativamente especializada y comercializada. Las series de bautismos, un indicativo del crecimiento poblacional, en Los Arcos-El Busto-Sansol y en Arróniz- Dicastillo, por ejemplo, tienen un gran paralelismo entre sí. El cultivo de la vid, o del olivo, sólo completaba una dedicación cerealista que era la principal. En ambas series el promedio de bautismos se duplicó entre las décadas 1680-1689 y 1790-1799; y el crecimiento fue más intenso en la segunda que en la primera mitad del XVIII.

La trayectoria de Estella refleja muy bien el papel secundario y dependiente que jugaron las pequeñas ciudades, capitales comarcales, con respecto a su área rural de influencia. En 1609 Estella tenía poco más de 800 familias, que declararon en la Valoración de bienes, frente a las 881 de 1553. Un prolongado estancamiento llena la segunda mitad del XVII y el primer cuarto del XVIII: 980 familias en 1646, 1.037 en 1678 y 1.052 en 1726. El crecimiento del siglo XVIII (1.173 hogares en 1817: + 11,5%) estuvo muy por debajo de la media de su merindad. La serie de los bautizados en la parroquia de San Juan, en Estella, ratifica este estancamiento en las líneas generales, aunque precisando que encubre importantes oscilaciones cíclicas, por lo menos en el siglo XVII. Los máximos de la década 1680-1689 apenas se superaban un siglo después: no hubo, pues, un crecimiento decidido de la población de la ciudad hasta la primera mitad del siglo XIX. El suave incremento de los años 1710-1769, rectilíneo, se aceleró un poco sólo durante las décadas 1770-1789, para volver a frenarse en 1790-1809. Es posible que, durante el siglo XVII principalmente, estas pequeñas capitales comarcales sufrieran con cierta intensidad el flujo y reflujo de la población desarraigada, en una centuria de contrastes y cambios. Como en tantas otras ciudades, los hospitales, las instituciones de caridad y los abastos municipales podían atraer, siquiera temporalmente, a una población arrancada de su lugar de origen por el hambre o la enfermedad. En el siglo XVIII, de crecimiento general, las curvas de bautismos muestran un perfil estable, de suave crecimiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario