Evolución de la población en la merindad de Estella y Mendavia
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Fuegos
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Almas
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Año
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1553
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1646
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1678
|
1726
|
1817
|
1786
|
1824
|
Estella
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881
|
980
|
1037
|
1052
|
1173
|
4715
|
5723
|
Mendavia
|
175
|
111
|
102
|
173
|
325
|
1025
|
1573
|
Total
Merindad
|
7245
|
6817
|
6896
|
7924
|
10402
|
43662
|
53350
|
En Navarra, con 83.400 habitantes hacia 1726 (+12,4% en medio siglo, desde 1678: 0,26% de crecimiento anual) se pasa a 108.400 hacia 1817 (+ 29,5% en noventa y un años: 0,32% anual). A finales del XVIII y, sobre todo, durante la primera mitad del XIX, el crecimiento demográfico en Navarra se hizo mucho más intenso. Entre 1786 y 1824 fue de un 20,6% en 38 años (0,54% anual).
En la Merindad de Estella, salvada la
suave crisis del siglo XVII, el crecimiento demográfico resulta ser muy
moderado hasta principios del siglo XIX.
En 1700 se habrían alcanzado de nuevo los máximos de finales del siglo
XVI; el crecimiento del XVIII, tomando el período 1678-1817, fue de sólo un 51%.
Esta primera impresión de un territorio que pierde población, primero, y que,
luego, crece suave y armoniosamente resulta falseada o, mejor dicho, incompleta
si no se precisa que es resultado de un complejo equilibrio interno. Mientras
que, por ejemplo, las Améscoas apenas consiguen mantener sus efectivos entre
1553 y 1817, Mendavia duplica su población en el mismo período de tiempo.
Sin embargo, el pequeño burgo de Estella
y la villa rural de Mendavia son ejemplos de realidades diferenciables. En
Estella de 1726 a 1817 el crecimiento anual (de fuegos) es apenas de 0,12%;
mientras que en Mendavia alcanza el 0,69% interanual, más del doble del
crecimiento global. En el tiempo entre-siglos de 1786 a 1824, en Estella el
crecimiento ha sido cercano a la media global; pero en Mendavia alcanza cotas
mucho más altas, con un 1,14% interanual.
Estella conoció un largo estancamiento o
un crecimiento muy lento dando la imagen de un mundo urbano paralizado frente
al crecimiento de lo puramente rural. Causas: en Mendavia (y otros pueblos
ribereños) se roturaron nuevas tierras y se ampliaron y mejoraron sus regadíos.
Parece que fueron los pueblos como Mendavia en los que predominaba el cultivo
cerealista los que más duramente sufrieron la crisis de la primera mitad del
XVII. Esta despoblación, con seguridad, fue más intensa en el sur, en las
riberas, y más suave en el norte, en los somontanos. El clima algo más húmedo
de los valles y villas septentrionales del somontano estellés y olitense
siempre ha proporcionado rendimientos agrícolas más regulares, mientras que las
villas del sur tienen cosechas relativamente seguras en el regadío y de muy
inciertos resultados en el secano. Así mismo, las grandes villas del fondo de
la depresión del Ebro estaban más expuestas a contagios epidémicos que las
aldeas dispersas del somontano y, quizás también, parece que sufrieron más las
cargas militares, tan importantes a mediados del XVII. Frente a los rigores del
secano, los nuevos regadíos podían transformar radicalmente, y en muy poco
tiempo, los modos de vida de aquellos pueblos que tenían la fortuna de contar
con un agua abundante y de fácil aprovechamiento. Está comprobado que algunos
crecimientos espectaculares se debieron a la puesta en cultivo y en regadío de
nuevas tierras.
Existe un conjunto de 7 villas de la
merindad de Estella, prácticamente contiguas, que crecieron de forma
espectacular entre 1678 y 1726: de 1447 fuegos pasaron a tener 2.535 en algo
menos de medio siglo (+ 75%: 1,5% interanual). Son Andosilla, Azagra, Cárcar,
Lodosa, Mendavia, San Adrián y Sartaguda. Toda esta amplia franja había
conocido en conjunto, en la primera mitad del siglo XVII, la crisis demográfica
más fuerte de toda Navarra, con una pérdida del 27% de sus efectivos entre 1553
y 1646 (de 1.865 a 1.358 familias). El crecimiento se retrasó al último cuarto
del siglo XVII (todavía 1.447 familias en 1678) y primero del XVIII. Y no se
limitó a la rápida recuperación de los niveles de anteriores de población del
siglo XVI, porque aparecen superados ampliamente ya en 1726: 2.535 familias. La
expansión demográfica continuó, aunque muy frenada en su intensidad, entre 1726
y 1817: de 2.535 a 3.526 fuegos en 90 años (+ 39%, 0,43% anual).
El hundimiento demográfico de estas
villas de las riberas de los ríos Ega, Arga, Aragón y Ebro (1600-1660) y su
espectacular recuperación (1660-1730) debe relacionarse con lo que ocurre
simultáneamente en los valles más septentrionales del Somontano estellés y
olitense. En éstos, la población se habría mantenido a unos niveles
anormalmente elevados entre 1600 y 1660, para luego sufrir un claro retroceso
entre 1660 y 1730. Buena parte de la
fortuna económica, y de las calamidades, de las villas ribereñas estaba ligada
al aprovechamiento del agua de los grandes ríos Ega, Arga, Aragón y Ebro. Antes
de la conquista del secano para la agricultura, gracias a los avances técnicos
de los siglos XIX y XX, lo principal del territorio cultivado se
circunscribiría a las tierras llanas irrigables, que no siempre contaban con
agua suficiente durante todos los meses y todos los años. Los cereales y el
viñedo serían los principales cultivos en estos regadíos temporales o, como los
definen las fuentes de la época, «de invierno».
Entre 1607 y 1817, las villas de la
ribera estellesa aumentaron su terrazgo cultivado en un 48,7%, porcentaje
inferior a la media de la merindad (57,8%) y muy por debajo de algunos valles
del somontano, que lo duplicaron ampliamente, como los de Mañeru (+. 170%), la
Solana (+ 126%) y Santesteban (+ 203%). Constreñidos, pues, a trabajar un
territorio en el que el clima no permitía un crecimiento extensivo fácil, los
labradores de las villas ribereñas no tendrían otra posibilidad que la de
perfeccionar sus regadíos, ampliándolos e intensificándolos. Además de una
importante extensión de la superficie cultivada, fue de gran trascendencia el
desarrollo de una agricultura relativamente especializada y comercializada. Las
series de bautismos, un indicativo del crecimiento poblacional, en Los Arcos-El
Busto-Sansol y en Arróniz- Dicastillo, por ejemplo, tienen un gran paralelismo
entre sí. El cultivo de la vid, o del olivo, sólo completaba una dedicación
cerealista que era la principal. En ambas series el promedio de bautismos se
duplicó entre las décadas 1680-1689 y 1790-1799; y el crecimiento fue más
intenso en la segunda que en la primera mitad del XVIII.
La trayectoria de Estella refleja muy
bien el papel secundario y dependiente que jugaron las pequeñas ciudades,
capitales comarcales, con respecto a su área rural de influencia. En 1609 Estella
tenía poco más de 800 familias, que declararon en la Valoración de bienes, frente
a las 881 de 1553. Un prolongado estancamiento llena la segunda mitad del XVII
y el primer cuarto del XVIII: 980 familias en 1646, 1.037 en 1678 y 1.052 en
1726. El crecimiento del siglo XVIII (1.173 hogares en 1817: + 11,5%) estuvo
muy por debajo de la media de su merindad. La serie de los bautizados en la
parroquia de San Juan, en Estella, ratifica este estancamiento en las líneas
generales, aunque precisando que encubre importantes oscilaciones cíclicas, por
lo menos en el siglo XVII. Los máximos de la década 1680-1689 apenas se
superaban un siglo después: no hubo, pues, un crecimiento decidido de la
población de la ciudad hasta la primera mitad del siglo XIX. El suave
incremento de los años 1710-1769, rectilíneo, se aceleró un poco sólo durante las
décadas 1770-1789, para volver a frenarse en 1790-1809. Es posible que, durante
el siglo XVII principalmente, estas pequeñas capitales comarcales sufrieran con
cierta intensidad el flujo y reflujo de la población desarraigada, en una
centuria de contrastes y cambios. Como en tantas otras ciudades, los
hospitales, las instituciones de caridad y los abastos municipales podían
atraer, siquiera temporalmente, a una población arrancada de su lugar de origen
por el hambre o la enfermedad. En el siglo XVIII, de crecimiento general, las
curvas de bautismos muestran un perfil estable, de suave crecimiento.
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